Crítica


Una gran llanta de camión atraviesa el escenario vacío. Inmediatamente después, dos personajes desnudos bajan colgados de los pies, muy despacio, desde el telar hasta que sus cabezas rozan el piso (evocación seguramente involuntaria del memorable Sankai Juku). Mientras tanto, desde el muy lejano fondo del escenario, una mujer vestida con atuendo de los años cuarenta avanza al compás del ``Berlín'' de Lou Reed, empujando una clásica carriola de bebé. Al llegar junto a los cuerpos pendientes les polvea las nalgas y, con total parsimonia, las envuelve con sus respectivos pañales.

Agustín Meza -autor y director de este delirio plástico denominado Fe de Erratas- es un creador de imágenes escénicas insólitas de gran poder visual, que transforman el escenario en una enorme ``instalación plástica'', o mejor dicho, en una serie de ellas.

Como surgidas de un cuadro que Magritte nunca pintó, veintiocho cubetas de metal flotan en el aire contra un atardecer naranja. De ellas cae una lluvia de pepinos que inunda el piso, con los que Trabucle y Mamey Money delinean, sobre el escenario, un círculo al estilo Richard Long, discurriendo largamente sobre ``el adentro y el afuera''. Poco después, Pepa Lumpen pasa a recoger los cincuentaitantos pepinos y los pone en la caja de su triciclo rojo. No existe una anécdota sino una serie de situaciones que ponen de manifiesto el sinsentido de la existencia.

Junto con la iluminación de Carolina Jiménez, los actores Isabel Romero, Gustavo Muñoz y Harif Ovalle contribuyen enormemente a la creación de este festín visual con su magnífico manejo corporal y una muy interesante recodificación gestual.
Pablo Mandoki
La Jornada Semanal / 30 de mayo de 1999

Se dice que cada artista renueva el mundo con su visión, que nos lava la mirada para poder seguirlo en su descubrimiento de las cosas. Y cada generación suele intentar ese desmonte de prejuicios para crearlo todo desde un cero relativo, que en definitiva suele ser el cuestionamiento a las concepciones heredadas y una síntesis de su pasado inmediato.

Entre nosotros se está dando, en estos momentos, una renovación de dramaturgos y directores, que resulta estimulante en ester juego de transformaciones y reinterpretaciones a las que nos referimos. Hoy veremos el trabajo de uno de ellos, Agustín Meza, que acaba de estrenar su segunda obra: Fe de erratas, en la que asume, como en su primera aportación que casualmente acaba de reponerse en El Galeón, el doble papel de autor y director.

Una de sus obsesiones parecen ser los zapatos. En la imagen que eligió para la difusión de El pasatiempo de los derrotados usa zapatos viejos, abandonados, inútiles. Y ahora la idea se mantiene y extiende, ya que distingue a su nueva obra con el emblema de una solitaria y enorme rueda de tractor. También ella lanzada un poco al azar y mostrando un largo uso y deterioro. Obviamente, sigue siendo un zapato, en este caso de la máquina. Y unos y otra sugieren que sus dueños han andado mucho, hallado poco y que actualmente se encuentran ausentes.

Nos hallamos frente, a algo visualmente muy disfrutable, que contiene más de una provocación escénica y una multiplicidad de imágenes que intentan un discurso a través del non sense y la negación de la validez de discurso alguno en la época que vivimos. Es decir, un juego de contradicciones claro, que parecen nacer de una fuerte necesidad de que lo lúdico acompañe de nuevo los primeros pasos (los zapatos, la rueda) de este siglo que nace y de este hombre que debe renacer con él, desnudo e indefenso como lo muestra la contundente primera escena del trabajo.

Quiero hacer incapié en el excelente trabajo de los actores -Isabel Romero, Gustavo Muñoz, Harif Ovalle- que nos muestran a un equipo muy consolidado con su director. Un punto especial para el último de ellos, que parece mostrarse como uno de los elementos más interesantes de la nueva generación de intérpretes.
Bruno Bert
Tiempo Libre / 15 de junio de 1999

En el trayecto del autor y director Agustín Meza, (de quien comentamos en este espacio El pasatiempo de los derrotados) se observa un lenguaje propio de construcción, que ha alcanzado mayor refinamiento plástico. Con su mezcla de asombro y hastío, su pasión por el teatro y su desencanto por el mundo, este joven teatrista ofrece en su segundo montaje abierto al público, una puesta en escena anclada en el siglo 20, en su exploración temática y formal.

¿Qué sorpresa depara la dirección de Agustín Meza de Esperando a Godot programada para fechas próximas?
Luz Emilia Aguilar Zinser
Reforma / 2 de marzo de 2000

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