Síntesis de prensa


Un aire de vaudeville se apodera de la Sala Xavier Villaurrutia, los sábados a las 7 pm, y los domingos a las 6 pm. Música ebria de jazz, gestos y movimientos de las películas antiguas. Seis personajes chaplinescos deambulan por el tinglado, a través de las escenas que les ha preparado Agustín Meza. Destacan las actuaciones de Harif Ovalle y Ángel Segovia, por el ingenio y la simpatía con que construyen sus personajes y una energía que saben equiparar. La dramaturgia de Agustín Meza echa mano a la economía de lenguaje y un esfuerzo de síntesis en los diálogos. Un trabajo de imágenes que nos remiten al código del video-clip gracias a la musicalización, que resulta un apoyo imprescindible. El resto de la compañía completan la armonía escénica orquestada con gracia por el propio Agustín.
Jorge Kuri
Uno más uno / 25 de mayo de 1996

Un grupo de estudiantes de teatro se reunen; uno de ellos funge como actor y director y los demás asumen la tarea de intérpretes en una puesta paralela a su aprendizaje formal. El asunto, así anunciado, es bastante banal, simple rutina que suele repetirse en cada ciclo escolar en cualquier escuela del mundo. Sin embargo, detrás de ella a veces, como en este caso, se encuentra el verdadero fermento del teatro, porque ese acto, fuera de las formalidades institucionales, da espacio a la pasión, a la visión crítica de su entorno y a la prueba de las herramientas de lenguaje a partir de una imaginación sin corrección ni guía de los maestros. Vemos teatro estudiantil, pero probamos el placer de la aventura en el campo del conocimiento. Podría ser enérgico, pero en realidad me estoy refiriendo a El pasatiempo de los derrotados ...Cartas de un Idiota de Agustín Meza, autor que junto con sus compañeros de la Escuela de Arte Teatral del INBA acaba de montar este espectáculo en la Sala Xavier Villaurrutia del Conjunto Cultural del Bosque. Un lugar que por la importancia de su historia y su actual abandono, bien vale señalar (como lo hacen los actores de esta obra) para un intento de rescate antes de que las piquetas o las compraventas lo desaparezcan definitivamente.

El tema es el teatro, como carrera, como oficio, como forma de vida, discutido dentro del mismo aparato escénico desde la perspectiva de un grupo ya cercano al egreso. Es una radiografía sumamente interesante, porque nos habla simultáneamente de los temores y también de las potencialidades de corte generacional. Naturalmente, los principales obstáculos están situados en el entorno estudiantil, es decir, en el horizonte inmediato de los que realizan el trabajo, con la doble pregunta sobre la idoneidad de su preparación, sus posibilidades de futuro y la ética empleada en la profesión por sus propios maestros. Pero hay un aliento mayor en la propuesta, un aletear un tanto metafísico a través de la evocación reiterada de Jarry, del Padre Ubu y del célebre "Merde!" que cada generación trata de ubicar como propia posibilidad de ruptura con un tiempo pasado, pero que puede también significar el encuentro con el fracaso y la imposibilidad.

Agustín Meza funge provocadoramente tanto en la labor textual como en la contextual, y parece encantarle echar mano a todo, como una apetencia desenfrenada por ver -en este caso hasta literalmente- al teatro desde todas sus perspectivas. Juega esencialmente por el valor mismo de la apuesta y devela interiores y exteriores del actor y la maquinaria, como quien está sádicamente curioso de saber el contenido de un cuerpo. No puede hablarse de estilo, pero sí de la conciencia de placer en el trabajo y de una seducción particular por un surrealismo bastante barroco. Dentro de su plantel cuenta con Harif Ovalle, incipiente actor con interesantes perspectivas de presencia y recurso; Ángel Segovia, algo así como un estallido escénico en frecuente vinculación con el público; Paulo Riqué, Alfredo Valero, Ana Grave y Victor Juárez. Un equipo dispuesto al juego y la transgresión, donde la ingenuidad es aún virtud.

Es extraño, porque en general el teatro estudiantil no es algo que me atraiga demasiado. Y eso porque suele ser repetición bastante hueca de fórmulas recién aprendidas y aún sin posibilidades de trascenderlas a través de una propia creatividad. Pero como decíamos al principio, a veces vale la pena
sumergirse en esa probeta de intenciones y gozar del límite y el intento, del temor y la furia que ciertamente puede ser el pasatiempo de los derrotados, pero también el desafío de los que no aceptan fácilmente el fracaso y hacen valer la apuesta hacia un teatro vital ubicado en el futuro inmediato.
Bruno Bert
El Nacional /2 de junio de 1996

Está ópera prima deja en claro el interés de su autor por el teatro del absurdo al utilizar el Ubu Rey de Alfred Jarry como referencia para hablar sobre las vicisitudes por las que atraviesa un actor, prescindiendo también de una anécdota formal, y con la misma tendencia a verbalizar más de lo necesario. También en este caso, la capacidad de Meza para la plástica escénica ya es evidente en la utilización del espacio, en su gusto de aprovechar la distancia y profundidad del espacio, en alterar los planos visuales. Incorpora con gran naturalidad la óptica cinematográfica al punto de vista del espectador. Como ejemplo, coloca a dos personaje dialogando de pie sobre el ciclorama (apoyándose acrobáticamente en una mano) creando la ilusión de un top shot cinematográfico. Otro elemento interesante que logra utilizar con mucha facilidad es el rompimiento de la realidad en varios planos. El personaje llamado "Recolector de cartas" rompe la acción escénica de los personajes, sustituyéndola por la lectura en voz alta del guión escénico, de tal forma que dichos personajes, ya liberados de su tarea anterior, participan lúdicamente en acciones repetitivas y muy dinámicas que sugieren apenas alguna relación con el guión, promoviendo, así, una lectura más rica que la ofrecida por la anécdota. Aquí la música también tiene un papel preponderante y aun llega a rebasar el poder evocativo de las imágenes.

Es raro que coincidan con el tiempo dos puestas en escena de un mismo creador, correspondientes a dos etapas de su desarrollo artístico. En este caso -y felizmente-, es notorio el crecimiento tanto del director como el equipo que lo sigue, así que enhorabuena y vale la pena no perderles la huella.
Pablo Mandoki
La Jornada Semanal / 30 de mayo de 1999

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